eme Zzz: dembow desde una montaña
Entre el ambient y el dembow, la calle y la vereda, eme Zzz crea canciones a modo de anecdotario. Cuenta lo que recuerda de sus amigos, Medellín y las noches escuchando “Felina”.
¿Usted sabe que uno podría vivir metido en este acorde, Miguel?
“Opio” — eme Zzz
La canción se llama “Arcoíris”. La historia es la de alguien que extraña, divaga, ama y se pregunta. El sonido, sin embargo, parece llevarnos al centro de un campo de flores pequeñas, mostrarnos burbujas, dibujarnos atmósferas naturales, conectarnos a máquinas, enfrentarnos a grietas, y caminar y divisar al tiempo —así parezca imposible— la ciudad de Medellín.
eme Zzz, que alguna vez respondió al nombre de Miguel Isaza, creció en Medellín en un entorno donde era común que su papá cogiera la guitarra y su familia se reuniera a cantar detrás de esas melodías. En su casa, y en las de su familia extendida, hubo pequeñas y grandes colecciones de discos y eran cercanos a algunos músicos de la ciudad. Creyó desde pequeño que la música era algo ineludible, esencial. Por eso aprendió a tocar la guitarra a los catorce años y desde esa habilidad empezó a expandirse creando bandas de emo y screamo en el colegio, estudiando algunos semestres de Ingeniería de Sonido y manteniendo una pregunta general por la escucha que persistió incluso en la facultad de Filosofía, de donde se graduó.
En esa facultad encontró a los pitagóricos y aprendió de ellos la disposición al silencio y la permanencia en la escucha. Se dice que, en esta escuela, el maestro daba las enseñanzas a los discípulos detrás de una cortina “anulándose visual y materialmente de la situación e invitando a una experiencia de lo escuchado en cuanto tal”, escribió eme. Con esta idea, el sonido apareció como un material maleable y suficiente, y su exploración, entonces, se giró hacia el ambient y el diseño y el arte sonoro.
Vivía en Medellín y solía subirse a Santa Elena, un territorio campesino entre Medellín, Envigado y Guarne, a extraer lo que se escuchaba en medio de bosques, cuerpos de agua y caminos destapados, y hacer con ellos piezas de arte; un ejemplo de esto es el proyecto Invisible Valley de paisaje sonoro. Solía, también, conservar atmósferas oscuras y veladas en los performances y presentaciones, pues pensaba que era música que estaba afuera, que no necesitaba su cuerpo y tampoco su voz para que existiera. Lo que sí necesitaba eran máquinas.
El papá de eme fue un obsesionado por los computadores. Esa curiosidad puso este objeto en un lugar importante en su casa y desde niño adoptó la costumbre de pegarse horas y horas a jugar, buscar, escuchar. Su cercanía con el cableado, las luces, las teclas y el pixel hizo que fuera natural probar con los sintetizadores y con otras máquinas de música. También, claro, con programas como el Fruity Loops que consiguió algún día entre el 2006 y 2007. En ese momento estaba jugando con el trance, pero cuando abrió la primera estación de trabajo, lo que creó fue un dembow, el sonido que tenía más cerca como habitante de Medellín.
La máquina es para eme una raíz y la música electrónica fue una de las maneras que encontró para permanecer conectado allí. Pasó por el trance como pasó por el techno, el house y movidas más experimentales, y lo exploró en espacios como el álbum Metamorfosis que trabajó con el DJ paisa Merino bajo el nombre de Rat; el sello Eter Lab, un espacio de creación e investigación que integra el sonido, la palabra y la imagen a través de medios tecnológicos y que co-fundó en 2012 (sigue vigente y es manejado por ross); y en proyectos más atmosféricos como Macondo, que fue publicado en el sello LINE y que integra “ecos de grabaciones de campo, objetos encontrados, situaciones auditivas, memorias sonoras, puntos digitales, sintetizadores analógicos, campos electromagnéticos, instrumentos musicales”.
En medio de ese recorrido se mudó a Santa Elena y pasó de querer capturar los sonidos de ese entorno a convivir con ellos y algo se movió. Se movió, también la relación con su voz: “hubo un momento en que dije yo quiero meter la voz, quiero conectar desde ahí”, cuenta.
La primera vez que su voz apareció en su obra musical electrónica fue en Flor, un disco cercano al ambient que salió en Eter Lab en 2021 y que describió así: “es una oda a la cordura, de intimidad a intimidad, como un silencio ante otro, para el bosque que somos”. Componer y cantar lo llevaron a hacerse preguntas por su cotidianidad y por lo que integra su música: “¿Qué es lo que se mezcla en mí?, ¿qué converge en mí?”.
En ese reconocimiento de sí mismo y de su curiosidad sonora, es posible eme Zzz, un proyecto que es ahora su prioridad y que busca hacer música desde adentro: uniendo los sonidos que lo conmueven de forma más íntima. “Mi primer acercamiento fue a una música que está lejos”, dice hablando de los tantos otros géneros por los que transitó. Ahora quiere algo más doméstico, donde en una misma línea de relevancia puedan estar el ambient, el reggaetón, la cumbia, unas guitarras precisas y cualquier otra cosa que considere propia: “desde los grillos hasta las rx”.
Dentro de todo ese universo que lo contiene, aparece el reggaetón en conexión con Medellín. “Es curioso porque hacía todo esto de paisaje sonoro cuando vivía en Medellín y el reggaetón lo empecé a hacer en las veredas de Santa Elena cuando ya vivía con las chicharras”. El primer tema de su obra publicada donde suena dembow es “mdlln89”; allí se pregunta directamente por la ciudad que habita y que, al tiempo observa desde Momoto, el estudio que tiene su casa en la montaña y desde donde masteriza y produce para otros y para sí:
Está cubierta de nieve toda la ciudad
Libertadores, hay que festejar
Y cada baile duele, trae sangre detrás
La muerte tiene en cada esquina una sucursal
(…)
Mi mamá me contaba que no podía salir
Toque de queda, embarazada, preguntándose por mí
Mientras bombas se ocultaban, en coches de Medellín
Habla de esto porque lo conoce. “Es por haber crecido en una cuadra en la que había que hacerse la pregunta: ¿esto es bala o pólvora? Medellín siempre ha sido ese contraste, hay temas densos que se ponen en mera farra en diciembre, podemos estar matándonos y celebrando a la vez. Como dice Crudo en ‘Sangre en el pool party’: ‘aquí le lloran en el baile y le bailan en el entierro’”. El dembow persistió en otras producciones como “repitis”, “nada” y “capul”, y continuará con insistencia en su obra, en parte porque es un lugar donde se siente libre. “No viene de mi lado racional sino de mi lado emocional. Lo que recuerdo del reggaetón no es el swag, sino “Amor de colegio”, “Felina”, estar en los garajes o en cualquier casa donde se iban el papá y la mamá y poníamos reggaetón y todo el mundo se iba a acercando a tocarse y a conocerse”. Desde ese tipo de recuerdos construye las canciones.
eme Zzz también usa su voz y las máquinas para contar lo que viven y sienten sus amigos. Toma prestadas las anécdotas ajenas porque quiere retratar un espectro emocional que lo supera, que por necesidad es colectivo. “Yo tampoco he vivido tanto”, dice. Le interesa hablar de amor, de desamor, de pérdida y de resguardo de formas realmente diversas. También por eso trabaja en equipo.
En una entrevista con Chente Ydrach, ante una pregunta por quién es más importante, si el artista o el productor, Tainy dijo que “la música es el balance de ambos. No hay artista si no hay productor”. Aunque eme interviene en todas sus canciones, suele construirlas de la mano de dora, un productor de la ciudad que ha sido su dupla en la música desde que eran adolescentes y con quien ha compartido profusamente desde screamo hasta trap. En palabras de eme, dora expande sus límites musicales: “Si no fuera por dora, habría una planicie en mis canciones. El dinamismo viene de él”.
Sobre dora se tienen pocos datos (al googlear dora/productor aparecen los productores ejecutivos de Dora La Exploradora), pero sí hay registro de un fragmento de su voz; es él quien le pregunta a Miguel eme en “opio” si sabía que uno puede pasarse a vivir a ese acorde de guitarra, un acorde que también le pertenece. De resto su intervención es velada; parte los beats y desaparece entre la voz de eme y la propia visión de este último como productor.
Para eme Zzz el pop es una posibilidad: “Me seduce para cuestionarlo, para jugar con él. En el pop hay un sarcasmo, pasar bueno en medio del caos. En el caos, pero tranqui”. Su concepción de este entorno musical, así como la libertad de usar pedazos de géneros como vaya teniendo sentido, se alinea con proyectos como los de los artistas asociados a Rusia IDK (Rusowski, Tristán, Ralphie Choo, Drummie, Mori, Nusar 3000), Judeline, Sen Senra y Latin Mafia.
El video de “nimbo”, un sencillo que lanzó en 2023, es una especie de simulación de un videojuego que va arrojando pistas para que un conejo que vive a blanco y negro encuentre a una chica que tiene la forma de devolverle el color. Una de las instrucciones que le da el juego es: “sigue las flores y llegarás a ella”. Para encontrar a eme Zzz también hay que seguir el rastro de las flores, treparse a la montaña y a partir de ahí dejarse guiar por el sonido collage que habla de ambient y dembow. Pero también de bala y pólvora, de veredas y aparatos, del afecto y la piel.